En
memoria a mi padre MARCELO
GUZMAN FUENTES, a los ejecutados y detenidos desaparecidos
del campo de concentración de Pisagua.
Marcelo Guzman Fuentes, jefe del Hospital de Iquique
y miembro del comité regional del Partido Socialista,
tenía 34 años al momento de su detención.
Casado con Aida Martinez Molina, dejó cinco niños
de 7 a 13 años.
PENSAR ESPANTA
Es hora de pensar. Pensar espanta, cuando se tiene el alma
en la garganta.
¿Dónde está? él ya no está.
Sólo nos quedan los días compartidos en la
memoria,
memoria en la cual hemos tenido que confiar.
Es la base de nuestros recuerdos,
fases de lágrimas calientes, por el futuro que nos
fue interrumpido.
El sueño acongojado, el presente mal sobresaltado.
Celo digno y fuerte por conservar su memoria.
La impotencia vil por darnos paz,
nuestros pensamientos se indignan ante tal tris-teza.
El rayo de su nobleza doblegaba nuestras almas a seguir.
Nuestros ojos son decretos encendidos que reflejarían
su cumbre andina,
la primavera galante, ansiosa, cortés y violenta,
sin piedad alguna la mitad de su alma se llevó.
ÁOh qué dolor tan vivo nos dejó!
16 Diciembre de 2005
Leandra Brunet
Pisagua se preparaba para recibir sus
primeras víctimas
El Campo de concentración de Pisagua está
a tres horas de Iquique, desde el 11 de septiembre, los
militares se preparaba para recibir a sus prisioneros por
órdenes del general Augusto Pinochet. En camiones,
golpeados y con frío, fueron llevados hasta allí
38 detenidos, el 14 de septiembre de 1973. Según
el testimonio de algunos compañeros, "Cuando
vimos el poblado, el fantasma tomó cuerpo, de inmediato
nos encerraron en la cárcel. En el pueblo de Pisagua
había unos 200 pescadores. El Comandante Larraín
los reunió y les dijo que debían abandonar
el pueblo porque el cáncer marxista había
llegado. Los prisioneros debían permanecer encerrados.
La cárcel era de tres pisos. La primera le llamaban
catacumbas. En el segundo y el tercer piso había
cuatro celdas.
El 18 de septiembre en el barco Maipo llegaron 400 prisioneros
desde Valparaíso. Debido a las estrechas condiciones,
los prisioneros debían dormir de pie. Las puertas
sólo se habrían dos veces al día. A
las siete de la mañana les daban un pan y un jarro
de té y a las cuatro de la tarde, un plato de frijoles.
En sólo siete minutos debían comer, hacer
sus necesidades y tomar agua.
Mi padre desde un contenedor aislado, de pie y sin dormir,
contemplaba sus últimos días en el regimiento
de Telecomunicaciones.
-Te vamos a llevar a descansar al conteiner, Guzmán,
a ver si te recuerdas mejor, cuando en una hora te saquemos
para que hables Maricón.
El 26 de septiembre un nuevo camión de prisioneros
desde el Regimiento de Telecomunicaciones de Iquique, fue
llevado a Pisagua. Vendados, insultados y descalzos, los
sacaron a los camiones esa tarde. Débil y sin fuerzas
se sentó mi padre en el camión. Un compañero
de Arica, al sentir los quejidos de dolor de mi padre y
ver su estado crítico le prestó su hombro,
para que pudiera descansar camino a Pisagua. Luego acomodó
bien su cabeza a su hombro. Durmió una media hora,
lo despertó el dolor a la mandíbula que al
parecer iba fuera de posición y el intenso dolor
en su ojo izquierdo por las torturas recibidas en el Regimiento
Telecomunicaciones de Iquique. El frío de la tarde
penetraba los débiles cuerpos de los prisioneros.
El Comité Regional del Partido Socialista iba en
uno de los camiones, además de los militantes, simpatizantes,
mujeres y hombres de la Unidad Popular. Mientras lo llevaban,
mi padre pensaba en su infancia, entre risas y brumas. Enrique
Sironvalle, el perro fiel de mi padre, como solía
la gente decirle, nunca se había movido de Iquique,
solo conocía los pájaros, los vientos, las
caletas de esa costa semi rocosa. Al pasar por el Cerro
Dragón pensaba en las tantas veces que lo había
subido con los ojos vendados, sólo que esta vez no
lo hacía en juego. El camino a Alto Hospicio. Con
pánico preguntó si alguien conocía
Pisagua. Entre risas le contestaron que era el paraíso.
El sol ya se había ocultado cuando llegaron. La marea
era alta y avanzaba. El cielo era violeta, el viento se
levantaba. El sonido más claro que se podía
oír, era el viento que rozaba con las olas. El camión
se detuvo de cara al océano, apenas el faro alumbraba
el pueblo fantasma de Pisagua. Vendados, insultados y descalzos,
nuevamente bajaron uno a uno los prisioneros. Les designaron
su lugar. La cárcel ya estaba llena de prisioneros
del sur y de otros lugares del país. El patio de
la biblioteca y su piso estaban fríos, deslindaban
al mar. Fue lo que les tocaba a los recién llegados.
Por el día, Pisagua suele ser caluroso, vengativo.
Mientras que las noches son frías con menos grados,
es normal el frío por las noches, comentó
uno de ellos al sentir llorar a uno de sus compañeros.
Pisagua es un pueblo pequeño, que más que
pueblo parece una boca de lobos. Una iglesia, un cementerio,
una biblioteca, un teatro y una cárcel. La arena
de la playa golpea con un ruido opaco en la sala detrás
de la biblioteca. Más bien desagradable. La playa
se encogía poco a poco dejando pequeños islotes.
Según el testimonio de un prisionero, mi padre se
refugió al chaleco café que mi abuelo le había
regalado en su última visita a Santiago. La primera
noche se acostaron en fila tratando de darse calor el uno
al otro.
La noche fue interrumpida por los gritos del Capitán
Sergio Benavides, "Guzmán se acabó tu
recreo!"
Desde el patio se oían los gritos, luego un silencio,
nuevamente los gritos durante varias horas. Por la madrugada
la mampara de doble hoja que da al patio, crujió
al abrirla. Lo trajeron arrastrando a tumbos, hasta tirarlo
al patio donde dormían el resto de sus compañeros.
El chico Guzmán, llego muy maltratado por la torturas,
sin habla, casi desnudo, su ropa se la habían quitado.
Al no tener fuerzas suficientes para arrastrarse a su puesto,
se durmió al calor de la frialdad del piso. Se despertó
temblando de frío, su rostro y su cuerpo tenían
muchas huellas. Sus manos, sus dedos estaban machacados.
Alguien lo arropó con una camisa que era de William
Miller, dándole un poquito de calor. El sueño
suavizaba los golpes. La espuma y el agua crecían,
los islotes menguaban. Antes de las cinco de la mañana
el pito del capitán sonaba para levantarse.
"Guzmán
es tu turno."
Con las piernas quebradizas por las torturas en la parrilla
se levantó a la orden del capitán. Unas cuantas
horas estuvo de fiesta dijo Benavides. Lo regresaron desnudo
frente a la puerta principal, el calor lo afiebró.
Un cubo de agua lo despertó antes de volver a llevarlo.
"Vamos Guzmán que te vamos a llevar al teatro,"dijo
el subteniente Roberto Ampuero. Amaneció morado de
frío, afuera al costado de la biblioteca.
" No se ve nada bien" comentaban sus compañeros.
"Luego de su visita al teatro, le han dado sin piedad
alguna."
Uno de ellos quiso acercarse a darle ayuda y un palo en
el lomo fue lo que recibió. Su ojo izquierdo se veía
en muy mal estado. Su lánguido cuerpo no tenía
fuerzas para resistir. Desde unos metros uno de los prisioneros
comenzó a cantar para darle fuerzas y una sonrisa
herida y ensangrentada fue lo que pudo darle. Definitivamente
las órdenes, eran de darle hasta que no resistiera
más.
El teatro de Pisagua, que antiguamente había sido
el escenario de entretención de los pescadores y
gente del pueblo, era el centro de tortura de los militares.
"Los gritos se escuchan mejor con la acústica
del teatro," comentaba Benavides, con una sonrisa de
oreja a oreja, burlándose de los prisioneros, al
tiempo que sacudía el polvo de sus gafas oscuras,
que por cierto, estaban de moda. Eran incapaces de dar la
mirada, se escondían como ratas detrás de
sus gafas oscuras día y noche.
"Vamos. A la fila Guzmán."
Con dificultad se levantó a formar la fila, sus piernas
quebradizas por los golpes, su rostro desfigurado, su mirada
apenas podía fijarla. La mañana del 29 de
septiembre amaneció llorosa, aun oscura, la brisa
chapoteaba el agua. Muy temprano el equipo de oficiales
a cargo del campo de concentración de Pisagua por
órdenes del comandante Carlos Forestier de la VI
División del Ejército y Jefe Superior de Pisagua,
ordenaba llevar a los prisioneros a trabajar en beneficio
propio dijeron.
"Voluntarios a trabajar!"
Los más jóvenes y no tan heridos levantaron
sus manos, pero el subteniente ya tenía su lista
hecha y comenzó a leer sus nombres:
"El conscripto Michel
Nash Sáez, Juan Jiménez Vidal y Juan Calderón
Villalón, y los miembros del Comité Regional
del Partido Socialista, Norberto Cañas Cañas,
Marcelo Guzmán Fuentes y Luis Lizardi Lizardi."
Con sus cuerpos destrozados, salieron de la cárcel
bajo la promesa de que pasaría a retirar unas herramientas
por el camino hacia el cementerio de Pisagua para realizar
el trabajo.
El capitán Benavides junto a los entonces tenientes
y subtenientes Roberto Ampuero Alarcón, Gabriel Guerrero
Reeve, Sergio Figueroa López, y Arturo Contador Rosales.
Juntaron a los seis detenidos elegidos desde Iquique y les
dieron a conocer el "regalo" que les esperaba.
Desde la cárcel, los prisioneros siguieron al camión
que levantaba el polvo a medida que avanzaba en dirección
al cementerio. De pronto el camión se detuvo. Al
tiempo, se oyeron muchos disparos, luego vino un largo silencio.
Silencio que fue interrumpido por los alaridos y malas palabras
de Roberto Ampuero al regresar a la cárcel, ordenando
la formación.
Vea
también
Pisagua, Semillas de
la Memoria
Enfoque Pisagua
Michel Nash