SOBRE LA MUERTE DE UN TORTURADOR



 

 

   

Osvaldo Romo Mena, ex operativo de la DINA que llegó a simbolizar la despiadada represión de la dictadura militar, murió de un paro cardiorespiratorio el 4 de julio 2007 en la Hospital de la Penitenciaria de Santiago.



“Lo que no puedes decir de mí es que yo he sido un sinverguenza, no puedes decir. Puedes decir que yo he torturado, ya hasta es lo mío, es una cosa buena. Pero no puedes decir que yo he sido un sinverguenza. Lo que sí puedes decir de mi ¿cierto? Que yo cumplí una etapa, una etapa bien cumplida. Yo estoy limpio con mi conciencia, limpio con frente. Yo creo que lo que yo hice lo volvería a hacer.”
Osvaldo Romo (Romo Confesiones de un Torturador por Nancy Guzmán)

“…Desgraciadamente este torturador no es un paréntesis en nuestra historia, como muchos tratan de hacernos ver. No fue un monstruo que escapó a la orden de mando y decidió dar rienda suelta a sus desbocados deseos. Romo, como cientos de otros agentes del Estado que se hicieron cargo de la administración del terror, fue parte de una estructura creada desde las cúspides del Estado, para poner fin, por la vía de la tortura, el asesinato y la desaparición, a un siglo de luchas sociales que buscaban cambiar las desgastadas estructuras sociales.”
Nancy Guzmán en su libro Romo Confesiones de un Torturador


Agrupacion de Familiares de Detenidos Desaparecidos
Santiago, 7 de julio de 2007


Osvaldo Romo Mena, el torturador que nunca se cuestionó su miserable condición, murió en la Penitenciaria, condenado por algunos de sus crímenes, llevándose lo único valioso que tuvo en su detestable vida: la información sobre el destino de los detenidos desaparecidos y los nombres de muchos otros, que como él hicieron de la tortura y el crimen, el perverso sentido de sus vidas.

Como todo psicópata reafirmó, estando en la Cárcel, que volvería a torturar pero con mayor crueldad y volvería a asesinar perfeccionando los métodos para hacer desaparecer a sus víctimas. Ese fue Osvaldo Romo, el que junto a Miguel Krassnoff Marchenko y sus agentes, tenían la misión de secuestrar y aniquilar con la crueldad propia de un verdugo.
Más de 250 hombres y mujeres son asesinados y hechos desaparecer con la participación de Osvaldo Romo.

En 1975 la DINA lo traslada a Brasil donde vive con nombre falso, simulando una normalidad que cuesta comprender haya pasado desapercibida durante 20 años.

Romo murió procesado en 90 causas por tortura y desaparición forzada. Murió como tenía que morir, solo y despreciado, tal como el despreció la vida de cientos de chilenos.

Romo no fue un colaborador de la justicia, no se arrepintió, no se cuestionó. Vivió como torturador y murió reivindicando esa ruin condición.

Lo único lamentable es que no hubo tiempo para que fuese condenado por cada crimen perpetrado con la bestialidad con que los Osvaldo Romo actuaron en nombre de la patria. La sanción a los culpables es un desafío urgente e ineludible.


Reflexiones
Santiago Oyarce Perez
5 de julio 2007


“Tenemos una maquinita, que se despierta, cada vez que muere uno de estos cretinos, y es el recuerdo del asco”.

Ayer no debía dormir. Por la mañana me había llegado un mensaje de Juan Rojas y su compañera, en que me decía que había muerto el "Guatón Romo". No me produjo alegría, quizás esa indiferencia que sentí muchas veces, desde que era otro, cuando unos sabe que esta en otra dimensión, después de la lluvia de cristales roto, cuando cada espejo te queda mirando desde el suelo.
Cuando sabes que la diferencia entre la vida y la muerte se vuelve un delgado, un muy fino hilo, y lo asumes como un paso que te tocara dar en cualquier momento, en un lugar donde vales menos, que una de las piedrecillas del suelo de grava, de la entrada de villa Grimaldi.
Allí creo estuve un poco en el infierno del Dante pero un infierno real, donde todo era surrealismo y locura, si todo allí era locura. Los limites se habían acabado, nada era dimensionable. Era la creación diabólica del sufrimiento frente al monitoreo de tus debilidades.
Y donde la mas sola del las soledades me acompañaba, cuando me dejaban en esa jaula donde cabía apenas, comencé a conocerme, a encontrarme por dentro. Dentro de mi habían amplios lugares donde yo me iba para no escuchar los gritos que provenían de la sala de tortura, prefería escuchar a los niños en un lugar, allí afuera. ¡sabes niño que ocurre aquí adentro!
¡¡No se a que distancia de tu colegio, mientras tu estas jugando, esperando que te llame la campana!!
Aquí están matando. Sigue jugando niño por favor, seguro no exhaustes los cadenazos sobre el cuerpo del compañero que mataron ayer.
Nunca había escuchado tambor mas extraño. Era la caja de resonancia de un tórax.

Niño vete a tu casa.
Sigue siendo niño y sigue riendo, que hasta hoy ya viejo te escucho y eres un grito de vida y no de horror como el que aquí me rodea.
Ve donde tu madre que te esta esperando.

Allí estaba. Había un punto dentro de mí, por donde podía pasar a la libertad, a mi libertad, que nunca me quitaron. Quizás hacían mierda mi cuerpo y el dolor se volvía una inmensa lengua que no cabía en mi boca.
Vi muchos años nuevos cuando me ponían corriente en los ojos, las luces de colores estridentes y las risas de sus cuerpos hediondos con su jerga cuartelera. Cuando ya no te puedes mover porque tu cuerpo no te obedece y me sacaban arrastrando, pero ya nada te podía doler. Era como si de pronto se cortara la sinapsis neuronal y no tuviera cuerpo. Fueras solo una cabeza de la que te traían arrastrando como saco, desarticulado, pero que no estaban muerto. Solo eras sed, en un inmenso desierto de tu cuerpo y tus espejismos mentales.
Eras la cosificación del hombre.
Así te conocí “Guatón Romo”. Me fuiste a buscar cuando justo entraba a mi casa, con hombre, con rostros de latón, de remaches y metralletas, yo solo tenía las armas, de mis estudios de trabajo social.
Ya dentro del vehículo, me dijiste, ya cabrito, te vamos a ponerte el colirio, el “colirio”. Y me llenaron los ojos de scotch.
Desde ahí solo escuché preguntas y sentí los primeros golpes en mi rostro, pero yo solo quería saber por que calles me llevaban, esperando un tiro en la cabeza, en cualquiera esquina.
Pero no, no era tan fácil, había que conocer su infierno particular y llegando me pusieron la venda. Mi recibimiento fue una pateadura interminable.
Luego vino lo que contar se puede y que muchos ya lo han contado, pero que con el tiempo te das cuenta, que aunque quieran escucharte nunca dimensionaran el horror. Es entones que sigo solo con mi mochila y mis recuerdos.
Me ibas a buscar de noche, con el larguirucho, aunque siempre estaba de noche. Pero es que era ese silencio, que en ese lugar casi nunca había, lo que me hacía imaginar que era noche detrás de la venda.
Vamos a practicar, Karate, cabrito, porque según el los magnetos estaban ocupados, no se donde me llevaban, solo se que parecía una gran sala.

Después de practicar cada golpe y cuando tenia la boca como un bulto y los ojos cerrados me decías haber cabrito, cuéntanos un chiste. Esa vez me reí, me reí, a carcajadas, como un loco, como me lo permitía mi boca torcida, si todo esto era un chiste.

Como no iba a ser chiste que me querían fusilar y no me fusilaban…

Impunidad Generalizada
Felipe Portales
11 de Julio del 2007


La muerte en la cárcel del más cruel torturador de la dictadura nos permite darnos cuenta de la total impunidad en que se mantiene la sistemática aplicación de la tortura efectuada por el régimen de Pinochet. No ha habido hasta la fecha ninguna condena por las decenas de miles de torturas acreditadas por la Comisión Valech.

¡Ni siquiera Romo lo fue, ya que el se encontraba en presidio condenado exclusivamente por la desaparición forzada de personas!

El crimen contra la humanidad representado por la más extendida forma de represión utilizada entre 1973 y 1990, de acuerdo a los Informes Rettig y Valech, no ha merecido hasta hoy ninguna condena de los tribunales. Para ser justos, este ominoso desenlace se debe fundamentalmente a las medidas a favor de la impunidad promovidas y aprobadas por los poderes Ejecutivo y Legislativo durante el gobierno de Lagos.

Es cierto que el Poder Judicial contribuyó decisivamente a la impunidad de la tortura bajo la dictadura; pero también lo es que, a partir de la detención de Pinochet en Londres, dicho poder ha buscado una reivindicación histórica tratando de aplicar justicia respecto de aquellos crímenes. Ya a comienzos de esta década, diversas autoridades de gobierno y líderes de la Concertación se pronunciaron claramente en contra de la justicia en casos de tortura.

Así, el entonces ministro del Interior, José Miguel Insulza, ante la emergencia de varias acusaciones de la aplicación de aquella barbarie, declaró en 2001:
"Me preocupa que en este país todo el mundo se ponga a denunciar, porque creo que sería negativo. Àqueremos ir a buscar a 5 o 20 mil autores? Àtodo el que golpeó a alguien tiene que ser llevado ante los tribunales de justicia? (La Nación, 15 febrero 2001).

A su vez, el entonces senador José Antonio Viera Gallo planteó que "si se multiplicaran los procesos por tortura se produciría un atochamiento judicial imposible de sobrellevar porque los casos son miles" y que "abrir hoy día en Chile un debate judicial sobre las torturas es verdaderamente inconducente" (El Mercurio, 14 febrero 2001). Consistente con estos pronunciamientos, el gobierno de Lagos propuso, dentro del proyecto de ley de reparaciones presentado a raíz del Informe Valech, un acápite que virtualmente consagra la impunidad de la tortura, el cual fue aprobado en 48 horas, cual simple buzón, por el Congreso Nacional en diciembre de 2004.

Por medio de dicha cláusula se establece una impunidad moral, administrativa y judicial respecto de las denuncias de delitos de tortura efectuadas ante la Comisión Valech. De este modo, en el artículo 15 de la Ley 19.992 se estipula que:
"son secretos los documentos, testimonios y antecedentes aportados por las víctimas ante la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. El secreto establecido en el inciso anterior se mantendrá durante el plazo de 50 años. Mientras rija el secreto previsto en este artículo, ninguna persona, grupo de personas, autoridad o magistratura tendrá acceso a lo señalado en el inciso primero de este artículoÓ.

Aplicando esta disposición "legal" ya se le ha negado a los jueces el acceso al conocimiento de denuncias de torturas.

Es tan aberrante este engendro que su perversidad legal parece ser superada solamente, en los anales republicanos chilenos, por el decreto ley de autoamnistía de 1978. Su mantención no solo provocará una impunidad generalizada respecto de la tortura dictatorial, sino que además constituirá un oprobio permanente para nuestro país y sus instituciones.

 

 

 

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