Por
Francisco Marín
(Esta nota la publicamos con autorización del autor,
corresponsal para
el diario mexicano Proceso.)
30
marzo de 2005
SANTIAGO DE CHILE.- Los tribunales chilenos parecen decididos
a esclarecer los crímenes cometidos durante la dictadura
de Augusto Pinochet, pues en los últimos días
tocaron inclusive a un grupo que se había librado de
responder por los asesinatos, desapariciones, detenciones
ilegales y torturas registradas en aquel período: los
ministros de Estado.
El 18 de febrero pasado, el juez Juan Guzmán decidió
someter a proceso a los exgenerales Enrique Montero Marx (Fuerza
Aérea de Chile) y Sergio Benavides (ejército),
por su presunta complicidad en 20 secuestros calificados en
el contexto de la Operación Colombo, maniobra comunicacional
con la que la dictadura chilena pretendió ocultar el
papel que tuvo en la desaparición de 119 personas.
Pero el gobierno chileno, en vez de reconocer los secuestros
y asesinatos, optó por enmascararlos, inventando que dichas
personas habían sido víctimas de sus propios compañeros de
izquierda que les habrían dado muerte por conflictos internos.
Esta versión apareció en la revista Lea, que fue editada por
el líder de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), José
López Rega, y de la que sólo saldría un número, aparecido
el 15 de julio de 1975, que contiene el reportaje "La
vendetta de la izquierda chilena".
Allí se habla de asesinatos de 60 militantes del Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (MIR), atribuidos a disputas internas
que sus propios compañeros libraban en diversos lugares
de América Latina y Europa.
Días más tarde, el diario O Dia de Río
de Janeiro -haciéndose eco de la información
que le proporcionó el cónsul chileno en dicha
ciudad, Gerardo Roa- publicó una lista de otras 59
personas que habrían perecido en circunstancias similares.
Estas informaciones fueron profusamente reproducidas por diarios
chilenos.
Por cada una de estos 119 desaparecidos, sus familiares presentaron
recursos de amparo. Pero al ser consultados por su paradero,
tanto Montero como Benavides, a la sazón subsecretario
y ministro del Interior, respectivamente, respondieron que
no habían sabido nada sobre tales aprehensiones.
El fallo que somete a proceso y ordena detener a estos dos
exfuncionarios de la dictadura de Pinochet sostiene que, "atendidas
las funciones que realizaban, era imposible que desconocieran
el régimen de privaciones de libertad ilegales que
sistemáticamente se estaban perpetrando, y no obstante
ello, informaran que no se tenían antecedentes sobre
las denominadas detenciones de las víctimas, cooperando
a la ejecución de aquellos secuestros calificados".
La trascendencia de esta resolución estriba en que
contiene una interpretación jurídica que abre
el camino para enjuiciar a otros responsables políticos
de las violaciones a los derechos humanos. Además,
implica un duro golpe a uno de los hombres más cercanos
a Pinochet, como lo fue Montero Marx, cuyas altas responsabilidades
empezaron el mismo "11", día en que tomó juramento
a la Junta Militar que, a partir de entonces, se hizo cargo
del destino del país.
Una vez conocido el fallo del juez Juan Guzmán, el pánico
estremeció a los partidos políticos de derecha, Renovación
Nacional y Unión Demócrata Independiente (UDI), a donde han
ido a parar buena parte de los excolaboradores de la dictadura.
Este miedo se tradujo en presiones al gobierno del presidente
Ricardo Lagos, quien, a poco de conocerse el dictamen judicial,
puso en duda la versión de inocencia de los acusados.
Inclusive, personeros de derecha, con el apoyo del diario
El Mercurio, amenazaron a Lagos con reflotar un viejo caso
de sobresueldos y financiamiento ilegal de campañas
electorales, conocido como "MOP-Gate". Y, en cierta medida,
consiguieron ablandarlo, puesto que el vocero de gobierno,
Francisco Vidal, dando un giro a la reacción inicial
del presidente, expresó la preocupación gubernamental
por los exfuncionarios procesados, manifestando "que las responsabilidades
penales son distintas a las responsabilidades políticas".
Pero una nueva resolución de Guzmán, adoptada
el miércoles 16 de marzo, ahondó el drama de
la derecha. Y es que, acogiendo la solicitud de los abogados
querellantes en el caso Operación Cóndor, el
magistrado elevó al Pleno de la Corte de Apelaciones
de Santiago la solicitud de desafuero contra el senador de
la República y exministro del Interior Sergio Fernández,
por considerar que en la investigación que realiza
existen antecedentes suficientes "que podrían bastar
para la detención del inculpado". Esta solicitud había
sido formalizada el mismo día por el abogado Eduardo
Contreras, quien en su recurso adjuntó copias de órdenes
de detención firmadas por Fernández contra personas
que más tarde fueron apresadas y desaparecidas.
Este periodista tuvo acceso a documentos que dan cuenta de
aquel modus operandi. Un caso involucra a Sergio Fernández
en la desaparición de Lisandro Sandoval Torres, quien
fue detenido junto con su cónyuge el primero de mayo
de 1980 a la salida de un acto ecuménico en la catedral
de Concepción. Agentes de seguridad lo bajaron de un
autobús y lo llevaron a la Primera Comisaría
de Carabineros. Más tarde, lo subieron a un taxi, lo
vendaron y lo condujeron al subterráneo de una casa.
Allí lo separaron de su esposa -a quien terminarían
liberando- y lo interrogaron mientras le aplicaban descargas
eléctricas en los pies y en los testículos.
En el telegrama 159 de 2.6.81, la Corte de Apelaciones de
Concepción le pidió al Ministerio del Interior fundamentar
la detención de Lisandro Sandoval. Sergio Fernández respondió
que se funda en el Decreto Ley 81 de 1973, "que en su artículo
1¡ establece tal facultad por razones de seguridad del Estado".
Un nuevo telegrama de la Corte de Concepción, el 363, fue
respondido por Sergio Fernández arrogándose atribuciones propias
del Poder Judicial: "Este recurso de amparo es improcedente,
ya que por Decreto Exento 3055 se dispuso la medida que afecta
al amparado". La Corte de Apelaciones de Concepción solicitó
copia de ese Decreto 3055, pero la petición fue denegada por
el ministro Fernández mediante el oficio reservado 1560 del
12.03.81, firmado por él.
En este caso, el ministro Alejandro Solís ya dictó
una sentencia que sólo afecta al exagente de la DINA
álvaro Corvalán Castilla, a quien se condenó
a 15 años de prisión por homicidio calificado,
cometido mediante un disparo por la espalda. En vista de los
antecedentes recientemente obtenidos, los abogados querellantes,
encabezados por Hugo Gutiérrez, expresaron que evalúan
pedir la reapertura de la causa.
Apenas conocida la solicitud de desafuero de Fernández,
el abogado Eduardo Contreras señaló "que era
imposible que, quien después de Pinochet era la autoridad
política más importante del país desconociera
el paradero de tantas personas desaparecidas durante el tiempo
que fue jefe de gabinete, que es cuando más secuestros
hubo". Y agregó: "Es probable que hubiera desconocido
la desaparición de una persona, pero cuando los casos
son más de mil, esto resulta increíble."
Sergio Fernández fue ministro del Interior durante
dos períodos, el primero entre 1978 y 1982, y el segundo
de 1987 a 1988. Se convirtió en el primer civil que
asumió dicha responsabilidad en el gobierno de Pinochet.
Su primera misión en el cargo fue firmar la Ley de
Amnistía autoimpuesta por la dictadura y que buscaba
eximir de responsabilidades a los autores de crímenes
perpetrados entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo
de 1978.
El 28 de mayo de 1978, ante las airadas protestas de familiares
de desaparecidos, Fernández declaró que "en
una guerra siempre hay desaparecidos y nadie pide explicaciones".
Asiduo visitante de los centros de tortura, donde era conocido
como el Jote (ave de carroña), Fernández inclusive
aseguró, poco después de asumir su puesto, que
el británico Guillermo Roberto Beausire, víctima
de la Operación Cóndor, no se encontraba detenido
y que el inmueble citado como probable lugar de reclusión,
Villa Grimaldi, no
era un centro de detención. Esto inclusive constituía
una burla para los familiares de Guillermo, puesto que esa
prisión era bastamente conocida en Chile y la prensa
extranjera había publicado numerosos reportajes sobre
los horrores del lugar, donde miles de personas fueron torturadas
y muchas otras fueron vistas por última vez.
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