Cristian
Gahona
ALONSO FERNANDO GAHONA CHAVEZ fue detenido el día 8
de septiembre de 1975, cuando regresaba a casa después
del trabajo. Hasta ahora no hay condenados ni se conoce su
paradero. Su hijo le escribe los siguientes homenajes....
porque nada ni nadie está olvidado.
2008
Nuevamente septiembre, septiembre ocho, septiembre treinta
y tres años, la misma cantidad de años que tenías
cuando te hicieron desaparecer, la misma cantidad de años
que he contado que no vuelves.
Sabes, no es tanto tiempo en términos relativos, más
de un tercio de lo que se estima los seres humanos podemos
vivir. A veces he medido este tiempo como el curso de una
depresión o en las múltiples veces en que la
ansiedad se ha tornado crisis de pánico, fobia social
y otra multiplicidad de síntomas extraños. Cuando
niño era jaqueca al atardecer, que coincidía
con la hora en que debías volver y no volviste, arritmia
cardiaca, manos húmedas, insomnio, amaneceres imposibles,
angustia resistente a todo tipo de medicamentos, dolor, pena
profunda.
Después de tantos años pienso que no es la cantidad
de años lo más terrible de este tiempo, ni todos
los síntomas enumerados.
Este tiempo es tan infinito porque es la rabia, la impotencia,
la pena, el dolor, la profunda y descorazonadora verdad que
a nadie o a muy pocos le importa tu calvario, la irremediable
y odiosa espera que las "cosas cambien", que tu muerte y la
de tantos y tantas haya sido en vano, el horror del "estado
de las cosas" donde impunidad, silencio, olvido, son las palabras
con que algunos poderosos transan,
cada gota de tu sangre
cada pedazo de tu cuerpo herido
cada parrillazo
cada golpe
cada bofetada
cada escupitajo
cada maldición
cada amenaza
cada garabato
cada culatazo
cada "submarino"
cada "teléfono"
cada colgamiento
cada uña arrancada de cuajo
cada mechón de pelos arrancados a la fuerza de tu cabeza
cada desgarro de cada articulación
cada asfixia
cada deseo de morir ya... morir, morir y no seguir sintiendo
cada dolor agobiante por cada silencio de tu boca
cada llanto silencioso
cada ¿dónde estarán mis niños?,
¿quién los estará cuidando?
cada ¿dónde estará mi mujer?
cada vez multiplicados los nombres míos y de mi hermana
al silencio donde te perdías. cada despertar en que
seguías vivo
cada compañero nuevo que llegaba a padecer el mismo
destino
cada tiempo y cada coordenada completamente perdida,
cada llanto contenido,
cada fortaleza destruida,
cada número olvidado,
cada dirección desvanecida toda la impotencia, la humillación,
la perversidad con que te mataban a cada instante.
Eso papá es lo que me atormenta.
Porque con la ansiedad de una experiencia así uno podría
aprender cómo vivir, pero no se puede vivir cada día
cuando el cómo no va acompañado de la acciones
que reparan. Porque lo que traumatiza no es lo que ocurrió,
sino lo que te sigue ocurriendo cada día en que en
tu nombre no hay paz ni hay justicia.
Treinta y tres años sin reparación ni para ti,
ni para mí, ni para nadie. Nadie puede repararte a
ti porque eso sería devolverte a la vida exactamente
al minuto anterior a cuando fuiste secuestrado y tus asesinos
contaron los días exactos para tu muerte, la forma
exacta de tus padecimientos, la palabra tormento con que sellaron
tu destino.
Pero yo estoy vivo y cada día de estos treinta y tres
años he esperado que este daño se aminore. Cada
día especialmente desde marzo de 1990. Cada día
he esperado, no sólo por ti, sino por los miles de
nombres de otros ausentes y otros y otras cobardemente asesinados,
cada día esperando que todo el mundo sepa la verdad,
que todo el mundo sepa del coraje de tu ejemplo, que hubiera
para todos justicia, que los culpables fueran castigados,
que nadie olvidara sus nombres para que nunca más nadie
tuviera que vivir con esta herida.
Y los años pasan y los días y los minutos y
los segundos y en Chile no hay Verdad, y en Chile no hay Justicia,
y en Chile hay complicidad con los criminales, en Chile hay
perdón y olvido, en Chile se hace la vista gorda, en
Chile no hay memoria, en Chile no interesa esta verdad terrible
de desaparecidos, de fosas clandestinas, de lanzados al mar
amarrados en rieles, de cuerpos dinamitados, de asesinos cobardes,
de mujeres violadas, de torturados y torturadas, de desangrados,
de quemados vivos con soplete, de sobrevivientes.
En Chile no hubo duelo, en Chile hubo ascenso para los generales
de la muerte, en Chile hay pensiones de gracia para sus hijas,
en Chile hay medallas y condecoraciones por los muertos, hay
homenajes públicos, hay cárceles privadas como
hoteles de lujo, hay sobreseimientos de las causas por aplicación
de la amnistía, hay diputados y senadores que auspiciaron
la tiranía, hay dueños de supermercados y diarios
que pagaron por cada comunista, socialista, radical, demócrata
cristiano, mirista, marxista, teólogo de la liberación,
cristiano progresista, por cada allendista, cada militar del
pueblo asesinado o desaparecido por la dictadura.
Hoy día los criminales son parte cotidiana de nuestras
vidas, ellos no pagan, ellos no se hacen responsables, ellos
se apean a la democracia, esta democracia que ellos jamás
promovieron, esta democracia que aborrecen, la misma a la
que le ponen cada día una denuncia, una acusación
constitucional. Esta democracia que ellos llaman seguridad
ciudadana, ley general de educación, leyes reservadas,
esta misma democracia que paga con desprecio la vida que diste
por los que hoy gobiernan.
Y por eso es que esta amargura y esta pena no pasan, es porque
quieren borrar tu nombre y tu memoria, porque no quieren que
se siga levantando una hoja con tu cara y tu nombre impreso
en ella, no quieren más huelgas de hambre ni protestas
en el congreso o en los tribunales, no quieren ratificar la
corte penal internacional, no quieren decirle a todo Chile
el nombre de cada asesino, de cada cómplice, de cada
encubridor, no quieren que el consejo de defensa del estado
deje de apelar por que se aplique la amnistía, no quieren
que sigamos llevando causas a la corte interamericana de derechos
humanos, no quieren más encadenamientos y nos llaman
a dar vuelta la página, a olvidar la generosidad de
tu vida, a olvidar lo que somos.
Pero yo me resisto a esa condena, me resisto a este silencio
obligado, me resisto al rótulo de víctima, me
resisto a perdonar por decreto.
Yo quiero verdad, quiero justicia, quiero castigo a los culpables.
Yo quiero que se diga genocidio, yo quiero que se diga exterminio,
yo quiero que se conozca cada cárcel secreta, cada
rincón de tortura, cada estadio y edificio usado como
refugio para el sadismo de la tiranía, yo quiero cada
calle con los nombres de los ausentes, quiero un informe Rettig
con lo nombres de los traidores, quiero un informe Valech
con la identificación del organigrama de la muerte.
Para mí hay treinta años de olvido e injusticia,
y entonces para mi después de treinta años sin
reparación, no hay perdón ni olvido por tu nombre,
por tu cara, por tus manos, por tu abrazo, por tus juegos,
por tu valentía, por tu optimismo, por tu sonrisa,
por tus ojos achinados, por tu espíritu altivo, por
tu entereza por tu amor profundo, por tu allendismo, por tu
vida, tu hermosa vida heredada.
Te desaparecieron pero no desapareciste y no desaparecerás
mientras alguien recuerde tu nombre y te llame al presente
para construir el futuro.
8 Septiembre 2007
Querido Alonso,
Te escribo por primera vez una carta que jamás te he
escrito, una carta que comienza treinta y dos años
después, en un día de septiembre en que el tiempo
se reinterpreta, la vida y sus circunstancias están
adheridas a ese momento en que nuestra vida cambió
para siempre.
Hoy es otro septiembre y fue hace tanto tiempo pero sigue
siendo tan poco. > >Para mí en septiembre, el día
que tu rastro se perdió para siempre, algo se rompió
y es inútil tratar de componerlo, estos días
desde que se asoma septiembre son días de tristeza.
A veces pienso que ha pasado tanto tiempo y no entiendo porqué
la pena se me viene incontenible.
Sé que es el simbolismo de la fecha y sé también
que es parte del trauma que significa saberte muerto pero
no tener la posibilidad dejar flores sobre tu tumba y tener
la certeza que estás ahí en un lugar físico
donde puedo estar más cerca tuyo como se hace con el
ritual de la muerte. Sé que es la tragedia que me obliga
a poner un nombre terrible a tu ausencia, a la ausencia que
no buscaste, la ausencia que nadie quiso, es la tristeza de
pensar dónde estuviste, qué te hicieron, que
te dijeron, es tener la certeza de saber que te sofocaron,
te desnudaron, te golpearon, te dijeron que hablaras sino
tus hijos pagarían por tu obstinado silencio, te colgaron
de una ducha, es la certeza de saber que se ensañaron
con tu grandeza, con tus ojos luminosos, con tu amor incondicional
a la vida, una vida mejor para todos, se ensañaron
con tu porfía, con tus esperanzas, con tus deseos de
conquistar la alegría.
Hoy después de tanto tiempo se condensa en un día
de septiembre todo el significado de tu ausencia dolorosa.
A veces evito pensar como hubiera sido la vida junto a ti.
Hay tantas cosas que desaparecieron junto contigo, no sólo
desapareciste tú, sino que ese acto se multiplica en
todo lo que perdimos. Pienso por ejemplo que me hubiera gustado
que me enseñaras a afeitarme, que hubiéramos
tenido discusiones sobre la contingencia, que hubiéramos
leído el mismo libro, que hubiéramos ido juntos
a un recital. Te imagino en algún lugar de la protesta
habiéndome advertido antes, hijo cuídate y yo
diciéndote tú también cuídate,
nos vemos más tarde en la casa. O quizá yendo
contigo al cine o a tomar una cerveza. Me imagino creciendo
y tú a mi lado incondicionalmente.
Durante muchos años el dolor de tu ausencia fue cotidiano,
hoy día se condensa en este maldito día en que
toda esta experiencia se ancla a una fecha, a un cierto momento
de la tarde, a un mes lleno de tragedia, en los pequeños
retazos que van configurando el día en que te desaparecieron.
Y te sigo extrañando como si fuera posible cambiar
en algo las circunstancias, pero no es así, irremediablemente
estás desaparecido, irremediablemente no hay justicia,
irremediablemente la palabra desaparecido hace desaparecer
todo lo que eso significó y significa cada día
de nuestras vidas.
Amado Alonso, como decirte todo lo que te extraño,
todo lo que te he extrañado desde que no estás.
Sólo decirte que yo no te he olvidado y tu nombre me
acompaña todos los días desde ese día.
Decirte que todo tu dolor no se me olvida, que estás
presente en mis sueños de cambiar las cosas. Decirte
que tus nietos están grandes, que la maneshita termina
este año el colegio, el alonso y el nacho más
que hermanos parecen amigos, la vivita tan esforzada en los
estudios, y el nico quizá te recordaría a mi
cuando era chico, igual de jodido, igual de inquieto, igual
de lindo como todos tus nietos.
Hay tanto que decirte, esta vida de buscarte está poblada
de angustias, de soledades, de esperanza. Está llena
de otros hijos, otros amigos tan queridos, tan perseverantes
en esta lucha por impedir que tu nombre y tantos otros nombres
llenos de vida sean olvidados, tantos amigos valientes que
no cesan de hacer visibles los nombres invisibilizados de
los responsables, esos amigos que escriben o gritan tu nombre
por las calles, esos amigos que no se cansan de quebrar la
dura fortaleza con que han construido su impunidad los criminales.
Han pasado treinta y dos años y pasaran muchos más
sin duda, y cada día es un esfuerzo para que tu nombre
no seá olvidado. En tu memoria Ðquerido padre- he escrito
mil palabras, con tu recuerdo en mi memoria he caminado calles
infinitas, con tu sonrisa y el amor que nos brindaste en esos
pocos años que estuvimos juntos, he podido resistir
el paso del tiempo y la tristeza obligada de esta historia.
Sólo decirte compañero Alonso que no hay perdón
ni habrá olvido y que estás presente... ahora
y siempre.
Procesados por el secuestro de Alonso Fernando Gahona Chávez:
Eduardo
Cartagena Maldonado, Fach, Civil; Manuel Agustín Muñoz Gamboa,
Capitán Carabinero, Luís Palma Ramírez Fach, Civil; Otto Trujillo
Miranda, Fach, Civil; Fernando Patricio Zúñiga Canales, Fach,
Civil
(Todos integrantes del Comando Conjunto)
7
de Septiembre de 2005
Para
empezar tengo que recordar, tengo que retroceder en el tiempo
ineludible treinta años atrás. Tengo que volver
al día en que la vida cambió para mi y mi familia,
tengo que cerrar los ojos y a pesar del espanto, escribir.
¿Por
qué hacerlo? Sencillo, porque si no lo hago se pierde
la memoria, se pierden los detalles de esta historia que comenzó
aun antes de que sujetos de los que no sé sus nombres
ni sus apellidos, escudados en la violencia abusiva que les
permitió la dictadura, secuestraran a mi padre -a mi
papá Alonso- en la calle que solía recorrer
de vuelta a la casa donde mi hermana y yo lo esperábamos
cada tarde, desde que nuestra familia éramos solo los
tres, nosotros tres, la Eve, tú y yo tu hijo.
¿Cómo
contarles como cambió todo?
Me pregunto esto porque sé que en mi familia y a los
amigos más cercanos, y a mis hermanos, esos hermanos
que como yo chicos o apenas adolescentes, nos quedamos sin
padre o sin madre, nos basta pronunciar la palabra desaparecido
o asesinado o torturado, para entender la enorme magnitud
que esa palabra encierra. Pero cómo les transmito a
mis otros amigos, esos amigos que no pasaron por esto, esas
personas que a pesar de las diferencias empiezo a querer por
distintas circunstancias, esas personas que no tienen el registro
de esta memoria dolorosa. ¿Cómo les explico
cómo es que cambió todo?
Cómo les explico que mi hermana y yo encumbrados en
un árbol, mirábamos un lugar que conocimos como
Cuatro Alamos, mirábamos adentro, enfocábamos
los ojos, empequeñeciéndolos, para ver si ahí
dentro, ahí ese señor que se movía a
lo lejos podía ser el papá, mi papá Alonso...
cómo les cuento que solos luego de que mi papá
no llegara más a la casa sin saber las razones, nosotros
dos la Eve y yo buscamos la ternura y el cobijo del papá
que nunca más volvió... cómo les explico,
sin que lo hayan vivido y quizá hasta que hayan preferido
cerrar los ojos, los oídos, las puertas de sus casas
a lo que estaba ocurriendo, a alguien que hoy se ha transformado
en alguien cercano, incluso, en alguien querido.
Hoy
después de treinta años no sé como contarles
lo que se siente cuando en plena adolescencia uno se entera
de la forma en que mi papá Alonso fue torturado...
amarrado de los pies con cadenas... electrocutado hasta el
cansancio... cómo les cuento la sed que tenía
antes de morir colgado en una ducha, en una casa, en un lugar
de Santiago que podría estar en cualquier sitio donde
la música sonaba fuerte para que los gritos de auxilio
o el silencio de la resistencia no fuera oído... después
de treinta años quizá me atrevo a contar, solo
a contar sin esperar que nadie entienda, sin esperar que nadie
transforme su vida, sin esperar el asombro, sólo por
contar para que si llega el día, nadie permita que
esto ocurra nuevamente.
Les
escribo también con alegría, porque en estos
treinta años he vivido el privilegio de conocer personas
extraordinarias, orgullosas, sensibles, combativas, idealistas,
soñadoras y perseverantes, toda una herencia heroica.
Muchas mujeres han sido en estos años pilares para
mantener viva la esperanza, el tesón y la consecuencia.
He vivido la experiencia de sueños y esperanzas necesarias
para resistir no sólo en dictadura, sino también
en democracia, la ominosa invisibilización de los culpables,
de aquellos que sedientos e iracundos de poder secuestraron,
maniataron, torturaron, humillaron, vejaron, asesinaron y
ocultaron su cuerpo, sus manos toscas y endurecidas, pero
hábiles y dóciles para el cariño, sus
hermosos ojos transparentes llenos de vida, de libros consumidos
en su mirada, su aguerrido caparazón acostumbrado a
la lucha por la vida que sirvió de cobijo materno y
paterno para sus hijos, su boca llena aun de besos, su generosidad
completa.
Ha
pasado tanto tiempo y ni yo, ni ustedes, ni nadie sabe aun
quienes fueron los culpables, los asesinos, el que dio la
orden, el que la ejecutó, el que no tuvo compasión,
el que sobre su cuerpo mal herido busco un espacio para una
nueva llaga, el que le dijo gritando que si no hablaba vendrían
sus hijos, los más amados entre todos los hijos de
la tierra.
Nunca
les he visto la cara, sólo sé de su pobredumbre,
de su pequeñez, de su cotidiana inmundicia, de sus
manos sucias queriendo hacer cariño, de la verguenza
diaria de saber quien es, del silencio obligado, de sus pesadillas,
de su terror a mirar a los ojos a sus hijos, de la verguenza
de su nombre.
Muchos han impedido que sus nombres se sepan, hoy después
de treinta años a pesar de nuestro empeño, de
nuestra fortaleza, de nuestro día a día, de
nuestra lucha, de nosotros sus hijos, de mis hermanos que
estamos haciendo este país con nuestros sueños,
sólo han conseguido que ese silencio obligado, permitido,
acomodado, legislado, amparado haya hecho posible que no olvidemos,
no perdonemos ni nos reconciliemos.
Si
se preguntan porqué les diría, miren a sus hijos
a los ojos o a sus padres o a sus parejas o a quienes amen
y pregúntense qué les pasaría a ellos
si un día cualquiera, un día cotidiano, un día
de sol, un día en que la primavera se acerca, un día
en que al salir dijeron chau anhelando el regreso... nunca
más volvieron porque fueron secuestrados, escondidos,
torturados, envilecidos, asesinados y desaparecidos... sus
hijos, sus parejas, sus compañeros, sus amigos, sus
vecinos, sus amantes, sus padres, sus hermanos, su familia,
sus colegas, sus compañeros de estudio... sus mascotas...
su pieza... su libro a medio leer... su taza preferida...
su lugar en la mesa... sus esperanzas, sus sueños...
se perdieron por un acto voluntario de alguien que les quiso
arrebatar todo eso... qué sentirían esos quienes
te extrañarán en cada espacio que dejaste vacío.
Para
nosotros ha habido verdad a medias, para nosotros no ha habido
justicia, para nosotros no ha habido reparación, para
nosotros el perdón es una imposición, para nosotros
la vida cambió para siempre y esa vida nos hace ser
quienes somos hoy día. Sólo pido verdad, justicia
y castigo a los culpables, creo que todo el mundo pediría.
Sin
embargo hoy a treinta años de tu ausencia papá,
no hay nada que pueda repararme, no hay nada que vuelva atrás
esta experiencia, sin embargo, pido castigo porque es el legítimo
derecho que tengo porque no aceptaré jamás esta
suerte a la que me condenan, yo quiero saber sus nombres,
conocer sus caras, mirarlos de frente porque a mi no me asusta,
no me aterroriza, a mi me llena de orgullo mirarlos a la cara
y no desearles la muerte ni la desaparición, a mi me
enorgullece levantar la mirada y mostrarles que a pesar de
su reino de muerte no lo lograron, no consiguieron hacernos
a nosotros como ellos y lo que es mejor para nosotros, mataron
tu cuerpo pero mira como sigues vivo. Mira como renaces en
esta memoria, mira como te sigues empeñando en cambiar
el mundo, mira como crecemos sin asomo de odio pero intransables
con la justicia.
Amig@s, Escribo esto para decirles que treinta años
no son nada, que el recuerdo de mi padre sigue vivo, que nuestro
Alonso está aquí, pegado a nosotros, a nuestras
vidas, a nuestros logros, a nuestros afanes. Y con nosotros,
su familia, ustedes están cerca de esta historia que
pocas veces es contada, pero necesaria, imprescindible para
que sepan que no escondemos nada, que hoy día nosotros
los acusados hemos vencido.
Con cariño... Yuri Gahona.
[email protected]
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