Hace
treinta y dos años, el 21 de septiembre de 1976 se
estrelló una bomba que había sido plantada
por un agente de la dictadura chilena, debajo del piso del
auto que manejaba Orlando Letelier. La explosión
mató a Orlando Letelier y a Ronni Moffet, en lo que
fue el primer acto de terrorismo internacional en suelo
de los Estados Unidos. En homenaje a Orlando Letelier, publicamos
extractos del libro escrito por su tío Edmundo del
Solar (Orlando Letelier, Biographical Notes, Vantage
Press, 1978).
Septiembre
2008
del
Capítulo VII
Durante su estadía en Washington, desde febrero 1971
hasta mayo de 1973, como embajador a la Casa Blanca, Orlando
enfrentó tremendos desafíos y problemas complejos:
embargos, la congelación de fondos a Chile, negociaciones
y la negación de préstamos de parte de organizaciones
internacionales relacionadas a la cooperación internacional
como también a las instituciones bancarias particulares.
La desestabilización del gobierno que él representaba
se llevó a cabo en múltiples frentes y formas.
Ciertas medios de comunicación que carecían
de imparcialidad, desinformaban sobre la verdad del proceso
político chileno.
Unos pocos meses antes del golpe militar, Orlando fue llamado
a Chile donde durante períodos breves sirvió como Canciller,
Ministro del Interior, y Ministro de Defensa a un gobierno
cuyo fin era visiblemente temido por sus adherentes.
Sus principios democráticos y dedicación a la justicia se
mantuvieron inmutables durante los casi doce meses de prisión.
Su esperanza que resurgiera la democracia le estimuló y le
ayudó sobreponerse a un futuro incierto que ofrecía pocas
alternativas. Cuando el gobierno militar, obligado por presión
internacional, le liberó y le expulsó del país, Orlando enfrentó
la misión más peligrosa y el mayor desafío de su carrera política.
Lo que le preocupaba ahora era fortalecerse a si mismo como
también a los que compartían su deseo de des-estabilizar a
la dictadura chilena. Acaso utilizaron las mismas armas que
se lanzaron en contra de Allende? Por supuesto que no. Las
campañas que lideró Orlando Letelier contra el régimen militar
eran democráticas. Sus armas eran la palabra, la denuncia
fundada y cualquiera acción legal destinada a luchar contra
la infamia, los crímenes, la destrucción y denigración del
pueblo chileno. Su lucha era por la libertad y la democracia.
No lo pudo llevar a cabo en tierra chilena. En Chile no había
cupo por seres como Orlando, los disidentes y amantes de la
libertad. Le habían exiliado. Además, era imposible un dialogo
entre los que apoyaban el pensamiento democrático y los que
dirigieron sus armas de destrucción en contra del propio pueblo
y de la ley. Su preocupación principal estaba con sus compatriotas,
sometidos a represión, encarcelados, torturados y perseguidos
y los que el temor les había convertido en los esclavos del
poder omnipotente. Sus proyectos, objetivos y sueños compartían
una sola meta, que Chile lograra establecerse nuevamente como
democracia donde priman la justicia, libertad, garantías constitucionales,
y derechos humanos. Esto formó la base de la lucha y la resistencia
que Orlando Letelier emprendió en el exilio.
Podía haber elegido una vida más fácil, dedicado a los objetivos
inmediatos de un trabajo profesional bien remunerado, y a
la vida cómoda y feliz de burgués. Era impensable. La tragedia
de Chile cursaba por su sangre y conciencia. Conocía bien
como funcionaba el sistema.
Sabía que la libertad momentánea y la liberación paulatina
de prisioneros políticos no significaba la vuelta a la libertad.
Sabía que muchos continuarían buscando refugio en otros países,
que cientos de miles de chilenos saldrían, buscando iniciar
una vida nueva, pero no resolvería los terribles problemas
de su país. También sabía que aquellos que toleraban la dictadura
de hierro estarían condenados a un futuro oscuro restringido
por los caprichos de los que ejercían poder ilimitado.
Sobretodo, estaba conciente de que ningún disidente chileno
estaría seguro y protegido, en ningún país del mundo.
De todo esto tenía plena conciencia. Siempre se mantuvo al
día de lo que pasaba en Chile y conocía bien a los que tenían
el poder en sus manos y los que implementaban los planes de
los militares. También le constaba que las acciones de los
militares hablaban de temor, lo cual era tan peligroso como
el convencimiento de los mismos que podían administrar el
país sin resistencia ni obstáculo ninguno.
Orlando Letelier contemplaba todos estos elementos. La única
alternativa, aún con todo el peligro que representaba, era
cambiar el gobierno que usurpó el poder por otro que contaba
con el apoyo y confianza de la mayoría de la gente, un gobierno
elegido por el pueblo chileno para el pueblo chileno. Mientras
Chile persistía en estado de guerra, en estado interminable
de excepción, caracterizado por toque de queda, la suspensión
de los derechos civiles, el derecho y constitución degradados,
no se vislumbraba vida saludable para el país.
Si la dictadura militar, siguiendo las orientaciones de sus
colaboradores civiles, persista en crear una nueva orden seudo
jurídico con ningún otro fin que servir a los grandes intereses
económicos, entonces todas las víctimas y el sacrificio de
Orlando habrá sido en vano.
del Capítulo
VII
Durante su prisión en la Isla Dawson, me acuerdo haberle enviado
dos o tres cartas una vez permitieron que los prisioneros
recibieran algunas palabras cada mes.
Desde el campamento militar de Ritoque muchos meses después,
en respuesta a nuestros esfuerzos de comunicarle una palabras
de esperanza y apoyo, escribió lo siguiente.
No se ha presentado ninguna acusación en mi contra. No he
tenido acceso a un abogado. Lo único que puedo hacer es esperar
y no perder la esperanza. Es eso lo que estoy haciendo. Así
funciona. El problema no tiene que ver tanto con el estar
preso. El mayor problema es evitar que colapse el espíritu
de uno. No se puede permitirse a uno mismo que piense ni cree
en la muerte, porque la tarea que nos encomienda es vivir.
Orlando nunca encontraría paz y tranquilidad. Sus largos meses
en prisión, la tortura de aislamiento, los castigos, y la
arbitrariedad le preparó para la lucha amarga que se iniciaría
desde el mismo momento que aterrizara en Venezuela, liberado
debido a presión internacional, la diplomacia del gobierno
venezolano, y sobretodo por la colaboración personal y decisiva
de su amigo y compadre de muchos años, Diego Arria, en esos
entonces gobernador de Caracas.
Fue deportado de Chile sin ninguna documentación de identidad
y se le dio solo unos minutos para despedirse de sus familiares
en el aeropuerto. Fue llevado desde la prisión directamente
a la embajada de Venezuela en Santiago y de allí al exilio.
Su esposa, sus hijos, sus padres ya envejecidos, sus hermanas
y los demás parientes que le quería permanecían en Santiago.
Durante once meses fue sometido a detención en varias prisiones
militares, y durante los primeros días después del golpe enfrentó
simulacros de ejecución, pero nunca enfrentó ninguna clase
de juicio, formal ni informal. Los medios de comunicación
difundieron difamaciones con el fin de dañar su prestigio,
acusándole de oportunista, de narco traficante y traficante
de armas.
No lo destruyeron físicamente ni moralmente. Perdió 25 kilos
en la prisión y debido a labor forzosa. Su determinación de
luchar por sus convicciones y su causa permaneció intacto;
tal vez el sufrimiento y tragedia le fortaleció.
La persona humana es realmente extraordinario. Cuando uno
llega al convencimiento de la suma importancia de vivir, uno
se fortalece y es capaz de decir a si mismo todos los días.
Mi deber es permanecer vivo y no dejar que me destruyen los
fascistas.
Estas palabras de Orlando en una entrevista con un periodista
estadounidense reafirmaron su creencia que le acompañaría
por el resto de su vida.
Después de trabajar algunos meses en Caracas, aceptó la propuesta
de trabajar con el Institute for Policy Studies en Washington,
D.C. y allá fue a vivir. Se reencontró con su familia que
le siguió al exilio y, habiendo recuperado su fuerza física
y espiritual, se preparó para una tarea peligrosa y agotadora
que no le daría respiro por el resto de sus días.
Me acuerdo que unas semanas antes que se reuniera con su esposa
e hijos, celebramos juntos el cumpleaños de mi esposa en la
parcela de Virginia que llamamos Chile Chico. Ese pedazo de
tierra norte Americana era simbólico de su tierra natal, libre
de opresión y un jardín de Edén que evocaba las agradables
memorias de una época alegre anterior.
.
Mientras contemplábamos el hermoso paisaje, le pregunté, "Seguirás
sirviendo tu causa y tus ideales, exponiéndote a nuevos peligros,
ataques y represalias? No sería este un buen momento para
dedicarse a tu esposa e hijos, y a la tranquilidad de tus
padres y todos los demás familiares que sufrieron tanto debido
a la incertidumbre de tu destino el año pasado?"
Me miró incrédulo y puso una mano fraterna sobre mi hombro.
Y me respondió,
Todos esos asuntos me preocupan mucho. No me dejan dormir
de noche. Pero debo servir una causa más alta, la de miles
de hombres, mujeres y niños que han sufrido y continuarán
sufriendo la miseria, degradación y crueldad que caracteriza
la tiranía que ahora controla a Chile. Soy el primer prisionero
político liberado. Gozo del privilegio de haber sido rescatado
por el milagro que otros hombre que mana y respetan la libertad
han hecho posible. Me refiero a mis compañeros de prisión
en Dawson y en tantas otras prisiones. Ellos son mi familia
verdadera y tienen prioridad en mi lucha. Los míos que están
en más peligro, mi esposa e hijos, pronto estarán protegidos
en un país libre y democrático.
Sus palabras me impactaron. Pero le pregunté, "Y tu vida,
tu seguridad?"
"Mi vida," dijo Orlando, "es un precio que
pagaría feliz si con ese sacrifico podría minimizar
los tremendos problemas y desafíos que enfrenta mi
pueblo".
Quizás estas palabras de Orlando Letelier, que he parafraseado,
reflejan bien su valor, idealismo y generosidad.
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