Landy
Aurelio Grandon Leon, born in the province of Antofagasta,
chronicles the torment thousands of Chileans like him endured
as prisoners following the military coup. In the weeks after
the coup, Grandon was held in the National Stadium from
which he was transferred to the Chacabuco Prison Camp and
later to Tres Alamos detention center. He resides in the
city of Edmonton, Canada, where he was harbored as political
refugee.
El 24 de Septiembre de 1973, siendo aproximadamente las 17
horas y encontrándome en el desempeño de mis
funciones administrativas en la entonces Caja de Previsión
de los Carabineros de Chile, hoy Dirección de Previsión
de Carabineros de Chile, una patrulla de carabineros, al mando
de un oficial quien se identificó como capitán
Villarroel, procedió a detenerme, y me llevó
a un vehículo policial dirigiéndose a la 3ra
Comisaría de Carabineros ubicada en calles San Pablo
y Teatinos, Santiago.
Allí, el capitán Villarroel y sus subalternos,
apuntando con sus armas, me forzaron a permanecer contra una
pared, con los brazos en alto y las piernas abiertas al máximo,
gritando, entre insultos y epítetos ofensivos, que
yo era prisionero de ellos. En esa posición me tuvieron
un tiempo bastante prolongado y bajo constante mal trato de
palabra, para lo cual los policías se alternaban consecutivamente.
Posteriormente, me condujeron a la sala de guardia, en donde
el capitán y dos de sus subalternos, a puertas cerradas,
descargaron sobre mí, trato inhumano, degradante y
humillante, tanto físico como verbal. En medio de tal
ataque, el oficial me despojó de mis documentos y me
acusó de delincuente peligroso, activista político,
extremista y agitador profesional, descargando golpes, él
y sus subalternos, sobre mi cuerpo, especialmente en la región
del cuello, espalda y cintura. Asimismo, el capitán
Villarroel me acusó de ser el encargado de asesinar
a los oficiales de carabineros según el plan Z del
Gobierno derrocado. A continuación, me forzó
a ponerme de rodillas, con las manos tras la nuca; sacó
su pistola y pasando bala la encañonó sobre
mi cabeza diciendo y sonriendo sádicamente que iba
a matarme ahí mismo. Luego, guardó la pistola
y dijo que mejor iba a mandarme al Estadio Nacional para que
me mataran los militares.
De nuevo los policías me pusieron contra la pared,
con las manos en alto y las piernas abiertas. Pasado un tiempo,
me condujeron a un bus de carabineros, en cuyo interior me
obligaron a tenderme sobre el pasillo, boca abajo y con las
manos sobre la nuca. Los policías que ingresaron al
bus pisoteaban mi cuerpo incesantemente y en esa posición
me hicieron permanecer durante el trayecto hasta el estadio.
Allí, fui entregado a personal del Ejército,
que estaba a cargo del campo de concentración levantado
en dicho recinto.
En dicho campo de concentración, a cargo del coronel
de ejército Jorge Espinoza Ulloa, continué siendo
víctima de trato inhumano, degradante y humillante.
Personal militar, cuyos uniformes estaban desprovistos de
distintivos jerárquicos, me notificó que yo
era prisionero de guerra y que no tenía derecho a ninguna
cosa. Hicieron una ficha con mi datos personales y en medio
de ataques físicos y verbales, me confinaron a uno
de los pasillos bajo las graderías en donde tenían
detenido a centenares de personas que ya sufrían condiciones
inhumanas de reclusión. Como todos los detenidos, sufrí
la negación de las condiciones mínimas para
atender las necesidades básicas de alimentación,
reposo o higiene personal, como también sufrí
la violación a mis derechos básicos de defensa
legal, recurso de amparo y comunicación personal con
mi familia.
El 10 de Octubre de ese año, personal militar me condujo,
junto a otras personas detenidas, al recinto del Velódromo
del estadio para ser interrogado. En dicho recinto, personal
del Ejército desató sobre mi persona más
abusos inhumanos, vejatorios, degradantes y humillantes. Me
ubicaron en un pasillo que semeja un túnel, de frente
a una pared y obligaron a cubrirme desde la cabeza con una
frazada mientras un militar que recorría el pasillo,
profiriendo toda clase de insultos y acusaciones calumniosas,
asestaba puntapiés y culatazos a cada ciudadano detenido.
Después de esto, personal militar me sacó de
ahí, vendó mis ojos y siempre cubierto con la
frazada, me llevó a otro lugar del mismo recinto para
ser interrogado. En esas condiciones, escuché gritos
y órdenes de individuos que me exigían identificación,
informaciones de mis actividades políticas, que confesara
donde ocultaba armas, qué había hecho y no hecho
el 11 de Septiembre, a quien pensaba matar y otras preguntas
por el estilo. Durante todo el apremio anterior, estuve sometido
a una constante tortura de golpes y descargas eléctricas
por un individuo ubicado a mis espaldas. En algunos momentos
sentía vahídos y pérdida de la noción
de mi persona ante lo cual, los propios torturadores me asían
para seguir en pie.
Una vez que los torturadores decidieron poner fin al tormento,
corrieron la venda de mis ojos, sin descubrir la frazada de
mi cabeza y me obligaron a firmar unas hojas escritas sin
permitir que yo las leyera. Posteriormente, me devolvieron
al recinto principal del estadio.
A principios de Noviembre, el día 4 o 5, junto a centenas
de ciudadanos detenidos, personal militar nos sacó
del estadio para hacernos subir a buses de la Empresa de Transportes
Colectivos del Estado y en medio de un enorme despliegue de
custodia militar, incluyendo aviones y helicópteros,
fuimos transportados hasta el puerto de Valparaíso.
Allí y bajo la vigilancia de personal de la Armada,
se nos hizo abordar el buque carguero Andalién. Dentro
del buque, nos hicieron descender hasta el último compartimiento.
De nuevo sufrimos toda clase de trato inhumano, degradante
y humillante, además de amenazas y amedrentamiento
sicológico. La atención de las necesidades personales
básicas estaba constreñida al espacio del compartimiento.
Personal de la Armada nos hacía subir a cubierta sólo
para las dos comidas diarias y mientras uno estaba sirviéndose
el plato debía mirar solo hacia el horizonte, por ningún
motivo hacia el buque o costa, comer rápidamente y
bajar de inmediato al compartimiento. El buque navegó
hasta recalar en el puerto de Antofagasta en la madrugada
del tercer día de travesía. En ese puerto y
bajo vigilancia del Ejército, fuimos conducidos a un
tren de trocha angosta y trasladados a Baquedano, un lugar
ubicado al interior de Antofagasta. Allí, nos hicieron
transbordar a camiones de transporte del Ejército y
fuimos conducidos hasta el campo de concentración de
Chacabuco, construido dentro de la ex oficina salitrera del
mismo nombre, en el desierto.
En el campo de concentración de Chacabuco a cargo del
Ejército, fuimos nuevamente victimas de trato inhumano,
degradante y humillante ademas de constantes amenazas y amedrentamiento
sicológico y fisico. Inmediatamente que nos recluyeron
dentro del cercado de alambre-púa, electrificado y
con altas torres de vigilancia, el comandante a cargo del
campo, capitán Carlos Minoletti Arriagada, nos hizo
formar en un lugar abierto, ordenó desnudarnos, esparcir
las pertenencias personales en el suelo y esperar así
inmóviles su inspección que iba a efectuar a
cada uno. El capitán Minoletti demostrándo su
brutal prepotencia e impunidad por cualquier delito, realizó
dicha inspección agrediendo a cada ciudadano detenido
con insultos, trato ofensivo y afirmaciones calumniosas, agrediéndolo
con golpes y comentarios humillantes. Terminada su inspección,
que tomó horas bajo el ardiente sol y aire de la pampa,
nos hizo agrupar para vejarnos otra vez con falsas acusaciones,
calumnias y amenazas de todo tipo. Con ínfula de juez
divino nos notificó que estábamos allí
"por las huevadas que han hecho y las que pensaban hacer"(sic).
Personal del Ejército y Fuerza Aérea se turnaban
en la vigilancia del campo y en imponer el arbitrario régimen
de cautiverio a los ciudadanos allí detenidos. Otros
oficiales que cometieron trato inhumano fueron los capitanes
Santander y Alexander o Alejandro Ananias. El capitán
Santander, quien se vanagloriaba de ser campeón panamericano
de tiro al blanco y amenazar a los prisioneros con eso de
donde ponía el ojo ponía la bala, en más
de una ocasión nos hizo comer bajo un enorme despliegue
de soldados fuertemente armados y apuntando directamente a
las cabezas de las personas. En otra, interrumpía abruptamente
la hora de comida para hacernos formar sin razón específica.
En otra oportunidad nos agrupó para reprendernos humillantemente
y acusarnos falsamente de rayar las murallas con consignas
políticas. Por otra parte, pilotos de la Fuerza Aérea,
en aviones de combate, hacían vuelos rasantes sobre
el campo de concentración cotidianamente, provocando
inquietud y temor en la población reclusa.
Con motivo del Día Internacional del Trabajador, el
1° de Mayo de 1974, el capitán Ananias, en una
ostensible demostración de abuso y arrogancia, con
una lista en mano, sacó del campo a una treintena de
personas, entre otros a mí, a realizar trabajos forzados.
Nos obligaron a transportar chatarra de un lugar a otro distante
a unos 200 metros durante toda la mañana, sin razón
alguna.
Mi reclusión en este campo de concentración,
tal como la de los miles de prisioneros políticos allí
relegados, fue caracterizada por los sufrimientos propios
de la privación de los derechos básicos de todo
ser humano, estando expuesto al arbitrio y abuso de quien
detenta la autoridad, poder opresor y se cree impune por delito
alguno.
El 30 de Julio, alrededor de 60 personas con sus pertenencias
personales, fuimos sacados del campo y transportados en vehículos
motorizados al aeropuerto de Cerro Moreno de Antofagasta.
Allí nos hicieron abordar un transporte aéreo
de la Fach y sentarnos en completo silencio y sin mirar a
otros pasajeros que ya estaban dentro del avión, el
cual emprendió vuelo para aterrizar en el aeropuerto
de Los Cerrillos al anochecer. A continuación, personal
de la Fach nos hizo salir del avión. Con amenazas,
gritos y apuntando con sus armas, ordenaron formar, poner
las manos sobre la nuca y revisaron las pertenencias de cada
uno usando un trato soez, humillante y prepotente y golpeando
a la gente que se les antojaba. Luego nos hicieron subir a
buses, a cargo de personal de carabineros, quienes también
nos infligieron un trato degradante y abusivo.
Los buses nos condujeron hasta campo de concentración
de Tres Alamos, en donde carabineros, empleando un trato abusivo
de hecho y palabras, nos hizo bajar y ponernos, con las manos
en alto y de cara contra los buses. Así procedieron
a otra revisión de cada persona bajo golpes y amenazas
de todo tipo. Despues de eso, fuimos conducidos a una sala,
en donde un mayor de carabineros, empleando un lenguaje soez,
nos notificó que salíamos en libertad, sin dejar
de proferir una andanada de amenazas y crueles advertencias
sobre el futuro de cada uno. Ordenó ficharnos, tomando
fotografias y las impresiones dactilares de cada uno. Además,
exigió pago efectivo por los gastos de las fotografías
y la firma por la cual uno declaraba que había sido
tratado bien y que no tenía ningún reclamo que
hacer, so pena de continuar detenido quien no pagara o firmara.
Cerca de la medianoche y a pocos minutos del inicio del toque
de queda impuesto, salí de este campo de concentración,
"puesto en libertad por no haberse comprobado hasta este
instante, que hubiere contravenido las normas constitucionales
del País", según el certificado extendido
por la Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos del
Ministerio de Defensa y firmado por el coronel Jorge Espinoza
Ulloa.
El asedio represivo directo sobre mi familia y yo, también
fue antes, durante y más allá del cautiverio
impuesto por el régimen militar. Inmediatamente después
del golpe, nuestro departamento fue allanado dos veces por
militares quienes además de desordenar y destruir algunos
de nuestros enseres domésticos, no tuvieron el mínimo
de respeto ni consideración por mi esposa en su octavo
mes de embarazo. Debido a eso, ella tuvo un parto difícil
y complicado.
Posteriormente, mi esposa quien ya había tenido nuestro
primer hijo el 14 de Octubre de 1973, mientras a mi me tenían
prisionero, me informó que en otras dos ocasiones,
personal de carabineros fue a nuestra residencia, a interrogarla,
provocando un ambiente de temor y sobresalto especialmente
sobre nuestro hijo. Además con inaudito cinismo, preguntaban
dónde estaba yo y la acusaban calumniosamente de efectuar
reuniones políticas allí. Junto a esto, mi familia
tenía que soportar un atemorizante diario vivir debido
al acecho constante de los informantes y soplones del régimen
dentro el edificio de nuestro departamento, Torre 18 de la
Remodelación San Borja.
En la oportunidad en que mi esposa fue a entrevistarse con
el entonces vicepresidente de la Caja de Previsión
de Carabineros, general(r) Eduardo Yáñez Z.,
a mediados de Noviembre de 1973, para exigir el debido pago
de mis sueldos y saber acerca de mi situación laboral
mientras me tenían detenido, fue víctima de
un trato altanero, arrogante y prepotente por parte de esta
persona. El señor Yáñez llegó
al extremo increíble de notificarla de que me destituiría
si yo no me presentaba al trabajo por Diciembre de ese año.
El vicepresidente y la institución entera sabían
perfectamente bien que yo había sido detenido y privado
de mi libertad.
Luego del derrocamiento del Gobierno constitucional, la Caja
de Previsión de Carabineros pasó a ser regida
por las nuevas autoridades impuesta por el gobierno militar.
Una de las primeras medidas que llevaron a efecto, fue descargar
la persecución política sobre mí. En
un acto delictivo y arbitrario, me degradaron del cargo de
Jefe del Departamento de Pensiones. Jefatura que ejercía
legal y legítimamente ya que el Honorable Consejo de
Administración de la institución me había
nombrado titular del cargo, el cual desempeñaba interinamente
desde Mayo de 1971 y el respectivo nombramiento se encontraba
desde el mes Agosto en la Contraloría General de la
República para la correspondiente toma de razón.
El nuevo Jefe de Personal, Orlando González, me notificó
de las degradación que me aplicaban. Después
que fui detenido me suspendieron el sueldo y también
se lo negaron a mi esposa, pagándolo nueve meses más
tarde y después de innumerables reclamos. Como golpe
final de todas las ilegalidades cometidas y condenando a mi
familia al oprobio del hambre y miseria, otro nuevo jefe de
personal, Rubén Jiménez Santibañez, firmó
la resolución por la cual me expulsaban de la institución
el 31 de Diciembre de 1973.
También, my familia y yo fuimos víctimas de
la arrogancia y abuso de parte del personal de Investigaciones.
El dia 11 de Septiembre de 1974 cuando los adictos a la dictadura
celebraban el aniversario del golpe de estado en el Parque
Bustamante, un individuo quien se identificó con su
placa del Servicio de Investigaciones de Chile, irrumpió
en nuestro departamento. Anunció que permanecería
allí adentro por razones de seguridad; se metió
a nuestro dormitorio matrimonial y hasta se echó sobre
la cama. Después de largas horas de estar allí,
salió abruptamente.
Desde mi detención y durante todo ese tiempo nuestro
medio de subsistencia dependió solo del sueldo de mi
esposa y la ayuda ecónomica que me proporcionó
mi familia. Mi salud se requebrantó agudamente. Empezé
a padecer repetidamente de pesadillas cuyo único tema
era el hecho de que volvía a encontrarme detenido en
un campo de concentración. Vivía en una continua
tensión sicológica de inseguridad por el temor
de ser detenido en cualquier parte.
En medio de estas circunstancias y por el constante asedio
de vigilancia que ejercían sobre mí también
los agentes de la DINA, que había instalado una dependencia
en el mismo edificio de la Torre 18, decidimos inmigrar a
Canadá, país que nos recibió y en el
cual residimos en la actualidad.
Hago esta declaración en la ciudad de Edmonton, provincia
de Alberta, Canadá y todo lo que en este documento
he escrito es la verdad y nada más que la verdad y
asumo total y plena responsabilidad civil y legal de lo dicho.
Edmonton, a 31 dias del mes de Marzo de 2002.
LANDY AURELIO GRANDON LEON
(Mail: [email protected])
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